Tiempos de cambio. Desde hace algo más de una década Bolivia ingresó en un torbellino político, económico y social que paulatinamente va mostrando sus impactantes efectos. Poco a poco, las diversas expresiones artísticas van reflejando esos cambios profundos. Y ese proceso ha llegado a una de sus manifestaciones más caras: el cine.
Ya en 2009 nos llegó una producción destacada. Juan Carlos Valdivia mostró la irrupción de la burguesía chola en la rancia, blancoide y otrora profundamente racista clase alta paceña. Su filme “Zona Sur” sorprendió algo por la historia de una mujer de pollera que compra una mansión a una familia de “blanquitos” quebrada. Pero sorprendió más por mostrar una experiencia que no deja de repetirse allá en el occidente del país.
En 2010, la española Isiar Bollaín trajo otro aporte a esta progresiva construcción de la historia reciente. En “Y también la lluvia” puso en escena la Guerra del Agua que desde Cochabamba conmocionó al país en abril del 2000.
Un ícono del cine nacional sumó lo suyo el año pasado. A su estilo y sesgo ideológico, con una producción extraordinaria por la reconstrucción de escenarios históricos, Jorge Sanginés celebró el cambio en “Insurgentes”. Redescubrió a héroes indígenas ignorados en la historia republicana e hizo de ellos los eslabones del presente en el poder político.
También en 2012, otro laureado cineasta boliviano, Marcos Loayza, mostró otras facetas de esta Bolivia del siglo XXI desde Santa Cruz. En medio de un “thriller” policiaco presentó esa otra gran expresión de este tiempo: la ciudad más grande de Bolivia, con todas sus aristas. Sus modelos de plástico y su vocación farandulera, su delincuencia, su hermosura pícara, su pujanza arrolladora y su singular crisol de la bolivianidad.
Hasta ahí cuatro obras tomadas prácticamente en el azar de la memoria en medio de varias otras. Sin embargo, esta serie de producciones mantiene algo de la Bolivia del pasado: se queda básica y abrumadoramente en el denominado eje central La Paz-Cochabamba – Santa Cruz.
De pronto, desde el sur nuestro dinámico Rodrigo Ayala advierte por doble o triple partida que también aquí los cambios gestan una nueva Bolivia. En un valioso y admirable un esfuerzo cinematográfico completa una trilogía con su filme mejor logrado: “La Huerta”.
Y, con humor, marca registrada de los chapacos, “La Huerta” nos recuerda que esta otrora apacible y pintoresca sociedad se está transformando. Un sacudón político, económico y social rodea ese refugio tradicional de la clase media tarijeña y desata pasiones encontradas. ¿Cuántas “huertas” entrañables del pasado no vemos que van mutando hacia un imparable cambio que también conmociona a sus propietarios y vecinos? Bien podrían hasta simbolizar la propia transformación regional que marca la contradicción entre la Tarija que fue y la que debe nacer. Nuestra gran huerta departamental vive un tiempo clave donde quienes la heredaron y quienes llegaron a ella están definiendo su destino.
Divertida, con buena calidad técnica y un equipo humano que promete mucho más para el futuro, “La Huerta” ya cosecha generosos aplausos en Bolivia. Ahora con cine, Tarija recuerda que la nueva historia nacional también se escribe con especial fuerza desde el sur. (El Nacional)
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