lunes, 20 de mayo de 2013

Luis Bedrow: Comparando críticos a partir de La Huerta


    Se agradece leer una crítica de arte -como la de Mauricio Souza- en la que el autor analiza la obra, expone sus propósitos, tensiones e intentos, y a partir de ello opina sin imponerse. Esa crítica minuciosa alienta al artista a ser más riguroso, pues percibe que su obra ha merecido atento respeto. Además, esta crítica orienta al público sobre el estado y los afanes de los artistas bolivianos y lo conduce a interesarse por las perspectivas que ofrecen las artes sobre la realidad. De ahí que pueda afirmarse que las críticas elaboradas con seriedad y capacidad prestan un servicio importante al arte y al público.

    Se agradece también este honesto trabajo de crítica porque disminuye el impacto de otra, que trata las obras de los artistas como si fueran objetos de farándula, que pueden ser tomadas como juguetes de burla. Por eso, me permito tomar pie en la calidad del trabajo de Mauricio Souza para marcar diferencias con la crítica de juguete, que lleva ya mucho tiempo dañando al cine boliviano.

    Comparo aquella crítica a las notas de farándula pues tienen similar propósito. En efecto, las crónicas de farándula sirven de carnaza para que el público satisfaga su gustillo de juzgar y despreciar, y pueda reafirmar sus valores más pedestres. En las tertulias televisivas, los presentadores juegan a quién logra la metáfora más chistosa para el juicio más lapidario y el televidente se identifica con ellos y los admira porque vapulean a los privilegiados por la fama.

    Algo similar parece pretender lograr el autor de las notas críticas a las que me refiero (Ricardo Bajo). Ese periodista no parece interesarse por la obra de arte, pues no la describe ni analiza sino que la usa para encaramarse sobre ella y exhibirse vociferando su “buen gusto”, su “severidad”, su “ingenio” y cosechar el temor de los artistas y la admiración de los incautos. Así va creando a su alrededor un baldío para el arte donde el artista puede ser agredido y el público es alentado a despreciar.

    Por supuesto que el artista no puede responder a este tratamiento, pues pareciera que estuviera pidiendo condescendencia cuando en verdad pide seriedad. Y el público, halagado por la facilidad del juicio, olvida su derecho a recibir la información que necesita para ingresar en la construcción de su criterio, en la apreciación del arte.

    Para finalizar, deseo apuntar que no escribo estas líneas movido por alguna animadversión con ese periodista ni tengo ninguna vinculación con La huerta, la película de Rodrigo Ayala que critica Mauricio Souza y que fue objeto de una nota del comentarista al que hago referencia. Tampoco he recibido de ese señor alguna opinión desfavorable para mi trabajo de actor en el teatro o en el cine. Espero que estas circunstancias -totalmente aleatorias- tengan la virtud de conferir objetividad a este reclamo, que expreso movido solamente por el deseo de que los críticos de arte sean los interlocutores expertos que los artistas requieren. (Página Siete)

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