viernes, 17 de mayo de 2013

Ricardo Zelaya: La huerta




    La lenta madurez del nuevo cine boliviano -si aceptamos como nuevo al que se viene gestando en los últimos 20 años- tiene en La Huerta, de Rodrigo Ayala, recién estrenada en casi todos los cines del país, un buen paso adelante en sus búsquedas de claridad de género y coherencia narrativa.

    Última de una trilogía de comedias presentada por Ayala después de Días de boda e Historias de vino, singani y alcoba, La huerta supera finalmente el desafío de ser una comedia amena y llevadera, con actuaciones homogéneas y, lo más importante, una narrativa que consigue capturar la atención del público sin baches ni extravíos de consideración, cualidad esquiva en la mayor parte de las producciones locales recientes.

    Una historia aparentemente sencilla, anclada en el misterioso asesinato de uno de los protagonistas y los esfuerzos de la Policía por desentrañarlo, termina por sacar a luz varios de los complejos y tribulaciones de la sociedad tradicional tarijeña -que bien podría ser paceña, cochabambina o chuquisaqueña-, sobrepasada y arrinconada por los nuevos tiempos que soplan en el país.

    No se trata, con todo, de un filme de acabados perfiles políticos o sociológicos, sino de una comedia que, en su propio lenguaje -el lenguaje de los guiños, las situaciones absurdas y las ocurrencias ligeras-, se acerca y critica las contradicciones sociales, los mitos urbanos y lo que de criticable encuentra a su paso.

    Con buen pulso, Ayala consigue de este modo articular el tratamiento detectivesco de la historia que propone a su visión crítica sobre el medio en que se desenvuelve, construyendo en el camino varias subtramas que le añaden a La huerta interesantes respiros y lecturas laterales.

    Todo el buen resultado general, apoyado en el aceptable desempeño del elenco, un trabajo sonoro solvente y una fotografía impecable, revela por contrapartida sus puntos flacos en el empleo excesivo de primeros planos, que tensiona innecesariamente el ritmo de la película, y una omnipresente voz en off que, si bien contribuye a evitar despistes en el desarrollo de la historia, termina siendo nomás un recurso demasiado obvio y machacón.

    Está claro que sería excesivo situar a La huerta entre los picos de la cinematografía nacional, pero hay que reconocer que se trata de lo mejor que ha hecho Ayala en su difícil incursión por el género comedia, y, lo más importante, de una pauta digna de tomarse en cuenta sobre aquello que venimos esperando todos hace ya mucho tiempo: una película bien narrada. (Página Siete)

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